el monumento a la queja
Nadie ha presidido ni acudido al acto de inauguración de este nuevo monumento que honra la labor desempeñada por la queja durante la pandemia, la Edad Media y la época de entreguerras, entre otras eras destacadas de la Historia. En un comunicado de prensa, el gabinete del ayuntamiento denuncia que la gestión del monumento, competencia de la Comunidad, ha sido penosa. También recoge el parecer de la ciudadanía, que se lamenta de que el obelisco (o lo que sea eso), sea tan feo y esté tan mal ubicado. También les llegan recurrentes protestas de que la estatua desprende un olor desagradable y se tira todo el día lloriqueando. A la celebración del pasado martes no fue ni la persona que diseñó la obra, que por el momento prefiere mantenerse en el anonimato y denuncia la estafa de su arte.
Quien sí se ha atrevido a dar su testimonio acerca de los hechos es la propia estatua, que confiesa haber tratado en vano de explicar a la ciudadanía que su cometido es recordar que la queja nos une. A lo mejor es que no he sabido transmitirlo bien - comenta entre sollozos el monumento a la queja. Al respecto del tufillo del que se le acusa se defiende diciendo: Fue una decisión estratégica. Pensamos que sería buena idea destilar una tufaradas para concienciar a las personas de que, de cuando en cuando, hay que ventilar y dejar que salga el descontento, para que se refresque un poco. Sobre los gemidos que emite de madrugada acompañados de varios “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” prefiere no pronunciarse, porque sabe que nadie la va a entender.
La estatua sí destacó que: aceptar que la queja es buena es como aceptar la política de privacidad de una aplicación para el móvil. Le das al botón y tiras para adelante sin leer la letra pequeña, pensando que el aviso es anodino, que nunca te afectará descargar algo así. La ironía es que, si llegado el día, te llevas una sorpresa desagradable y tienes algún problema, alegarán que el botón pone “aceptar” porque “para que luego no te quejes” no les cabía. En definitiva, que a nadie le gusta escuchar eso.
El monumento a la queja quiso añadir un último “quejío” a su declaración y alegó que: la dictadura de la alegría está haciendo estragos y censurando de formas muy astutas, reduciendo al mínimo los espacios de seguridad donde poder quejarse. El problema es que no se dan cuenta de los peligros que entraña contener la queja. - dice a modo de protesta - Esto dará lugar a más y más resentidos que tarde o temprano atacarán. A mí ya me han tirado de todo con mucha furia. Si no fuera porque estoy aquí, a saber quién se llevaría esos golpes - apunta con un amago de reivindicación. Pero mira, ya que te quejas, pues hazlo bien: sin regodearte y no siempre con la misma persona, ni te tires así todo el día, ni te quejes siempre de lo mismo, ni solo para adentro, ni siempre para afuera. Hazlo en diagonal, hazlo en transversal, siempre después de desayunar y nunca con hambre porque corres el peligro de que se transforme en ira. Puedes hacerlo a la francesa, o sea, de forma casual para entablar una conversación con alguien desconocido. Está muy bien visto entre nuestros vecinos galos. Puedes optar por una modalidad más institucional, tal y como hace el pueblo alemán, los expertos en la materia, pero es un gran lío burocrático y al final se te quitan las ganas. Yo recomiendo personalmente hacerlo a la gaditana, que tiene más chispa y es más sencillo. Se trata de acabar las frases con un “Ohú illo, qué ruina tenemo encima”.
Hazlo como quieras, pero no hagas oídos sordos a la queja. Por favor. - puntualiza para acabar su letanía.
Está claro que el monumento a la queja necesitaba desahogarse y que, aprovechando la tesitura, nos pilló por banda y por poco no nos zafamos de tanta queja ya. Abandonamos el lugar de los hechos compungidos y con muchas ganas de poner una reseña con mucha inquina en Tripadvisor.